jueves, 28 de abril de 2011

Cuento: La gran foto

         Llevaba todo el día en la calle con mi cámara al cuello, para cazar “La gran foto”, pero en realidad solo estaba consiguiendo mediocridades. El hambre me golpeaba  tan fuerte que no podía esperar llegar a casa para tomar bocado. De todas formas ¡no tenía qué diablos comer en el basurero donde dormía! Abrí la cartera,  y luego de mandar al cuerno los pocos bolívares que tenía, entré a una tienda. 

El tendero me hizo un gesto de bienvenida con la cabeza. Me mejoró el ánimo ver que era español, como yo. Me tomé mi tiempo para observar los escaparates para encontrar algo que espantará el hambre, pero no todo mi dinero, cosa que parecía imposible. ¿Dónde coño estaban los puños de gloria y riqueza que habían conseguido, en esta tierra, los nuestros en tiempo de Isabel I y de los que nos hablaban en la escuela  allá en Santiago?         
Me llegué hasta la puerta con las manos vacías cuando un niño entró y pasó a mi lado bruscamente, casi me tumbó. Me volteé de inmediato para verlo hoscamente y echarle una reprimenda; pero él ya había llegado al mostrador principal y hablaba con el tendero, que tampoco parecía feliz con el chiquillo. Rápido y certero tomé una foto, otra que sería un rotundo fracaso –pensé-  además de una pérdida de dinero.

Me quedé sentado en la acera del frente para descansar un poco; unos policías que estaban rodando (¡maldita sea, sólo estaba sentado!) me miraron unos momentos pero no me dijeron nada. Apenas se alejaron escuché fuerte y claro “párate allí, carricito”; y el tendero salió de su local justo a tiempo para atrapar al ladronzuelo. La gente alrededor se detuvo y quedó expectante, mientras alguien ya estaba corriendo gritando: “¡policías, policías!”.

Sin mirar a los lados crucé la calle y me puse más cerca de la escena. El tendero señalaba la evidencia del robo: dos potes de leche condensada; ¡ah! La superficialidad de este país de flojos no tenía fin. Llegaron entonces los policías (los mismos que me habían visto con mala cara antes).

Sujetaron al chicuelo que soltaba una sarta de excusas. Muchos transeúntes reclamaron a favor del niño, eso me molestó tanto (¡joder que cada quien se gane su pan!) que me hizo darme cuenta de que había estado tomando fotos de todo el suceso. ¡Y aún quedaban tantas que tomar! Pero he aquí la cuestión: sólo me quedaba una. 

Estaba por tomarla del pobre tendero –furioso y con razón- pero escuché un gemido lloroso. Al chicuelo le habían quitado la camisa y se lo llevaban bruscamente cual ganado. Ciertamente, no me retractaba de nada de lo que había pensado acerca de él o de este país, pero sea aquí, sea en España, lo que pasaba frente a mis ojos estaba mal. Sin poder hacer más por el pequeño le concedí la última foto; ahora yo le debo todo a él porque esa se convirtió en La gran foto que tanto anhelé. Paradójicamente no me gusta mirarla.  


Foto: Joaquin Cortes

Foto: Joaquín Cortés

Fin


Vi las fotos de arriba gracias a una profesora. Ella nos las mostró, la comentamos un poco  y dijo “bien, escriban una historia a base de esas fotos”. Fue una tarea interesante porque yo no sabía de que lado ponerme, si del niño o el tendero. Lo cierto es que mi primer sentir fue como el del fotógrafo de mi cuento; pero en el aula se escuchaban solo los comentarios de lastima hacia el niño.

 Entonces me di cuenta que tal vez había sido cruel o dura al juzgar al chico de la foto así. Yo no podría decir que el niño está robando por gusto, tal vez lo necesita y de verdad ha agotado todas las vías para comer;  tal vez nadie le ha enseñado bien. Además, el chicuelo solo está acumulando un peligroso rencor social cuando lo tratan como un animal. Sin embargo, allí seguía, mi fuerte rechazo a los actos del ladronzuelo. 

Probablemente es porque  estoy muy identificada con el tendero.  Yo no veo un hombre gruñón y avaro que le niega la comida a un niño. Yo veo a un hombre que trabaja hasta el agotamiento de forma legal y honrada, que tiene sus propios problemas y cuya vida tampoco es fácil. Día tras día al salir a la calle todos nos encontramos con personajes que nos piden dinero. Nos recitan frases de la biblia para hacernos sentir culpable; y  hablan acerca de su vida, y lo dura que ha sido, para inspirarnos lastima. No estoy en contra de ayudar a los más necesitados pero siento como si ahora fuera una obligación gastarse lo poco que uno gana en donaciones. ¡Y me dicen pichirre si no les doy nada!

Así que, simplemente no podía decir “que tendero tan malo, no deja que el niño se lleve nada” porque yo se que ese hombre, probablemente, está despierto desde la madrugada y que lucha con los impuestos que él si paga, con los funcionarios públicos corruptos, con las subidas de precio de la mercancía y la inflación que se come su ganancia. Porque yo se lo que se siente pasarse el día trabajando (o estudiando) para “echar pa lante”  y el agujero que se produce en tu corazón cuando alguien se roba los frutos de tu esfuerzo. 

Nota: La historia y todo su contenido (incluyendo personajes y todo lo relacionado a ellos) acá escritos es completamente ficticio y no proviene de declaraciones del verdadero fotógrafo (Joaquín Cortés) o similares.

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