Llevaba todo el día
en la calle con mi cámara al cuello, para cazar “La gran foto”, pero en
realidad solo estaba consiguiendo mediocridades. El hambre me golpeaba
tan fuerte que no podía esperar llegar a casa para tomar bocado. De todas
formas ¡no tenía qué diablos comer en el basurero donde dormía! Abrí la
cartera, y luego de mandar al cuerno los pocos bolívares que tenía, entré
a una tienda.
Estaba por tomarla
del pobre tendero –furioso y con razón- pero escuché un gemido lloroso. Al
chicuelo le habían quitado la camisa y se lo llevaban bruscamente cual ganado.
Ciertamente, no me retractaba de nada de lo que había pensado acerca de él o de
este país, pero sea aquí, sea en España, lo que pasaba frente a mis ojos estaba
mal. Sin poder hacer más por el pequeño le concedí la última foto; ahora yo le
debo todo a él porque esa se convirtió en La gran foto que tanto anhelé.
Paradójicamente no me gusta mirarla.
El tendero me hizo un
gesto de bienvenida con la cabeza. Me mejoró el ánimo ver que era español, como
yo. Me tomé mi tiempo para observar los escaparates para encontrar algo que
espantará el hambre, pero no todo mi dinero, cosa que parecía imposible. ¿Dónde
coño estaban los puños de gloria y riqueza que habían conseguido, en esta
tierra, los nuestros en tiempo de Isabel I y de los que nos hablaban en la
escuela allá en Santiago?
Me llegué hasta la
puerta con las manos vacías cuando un niño entró y pasó a mi lado bruscamente,
casi me tumbó. Me volteé de inmediato para verlo hoscamente y echarle una
reprimenda; pero él ya había llegado al mostrador principal y hablaba con el
tendero, que tampoco parecía feliz con el chiquillo. Rápido y certero tomé una
foto, otra que sería un rotundo fracaso –pensé- además de una pérdida de
dinero.
Me quedé sentado en
la acera del frente para descansar un poco; unos policías que estaban rodando
(¡maldita sea, sólo estaba sentado!) me miraron unos momentos pero no me
dijeron nada. Apenas se alejaron escuché fuerte y claro “párate allí,
carricito”; y el tendero salió de su local justo a tiempo para atrapar al
ladronzuelo. La gente alrededor se detuvo y quedó expectante, mientras alguien
ya estaba corriendo gritando: “¡policías, policías!”.
Sin mirar a los lados
crucé la calle y me puse más cerca de la escena. El tendero señalaba la
evidencia del robo: dos potes de leche condensada; ¡ah! La superficialidad de
este país de flojos no tenía fin. Llegaron entonces los policías (los mismos
que me habían visto con mala cara antes).
Sujetaron al chicuelo
que soltaba una sarta de excusas. Muchos transeúntes reclamaron a favor del
niño, eso me molestó tanto (¡joder que cada quien se gane su pan!) que me hizo
darme cuenta de que había estado tomando fotos de todo el suceso. ¡Y aún
quedaban tantas que tomar! Pero he aquí la cuestión: sólo me quedaba una.
Foto: Joaquin Cortes |
Foto: Joaquín Cortés |
Fin
Vi las fotos de
arriba gracias a una profesora. Ella nos las mostró, la comentamos un poco y dijo “bien, escriban una
historia a base de esas fotos”. Fue una tarea interesante porque yo no sabía de
que lado ponerme, si del niño o el tendero. Lo cierto es que mi primer sentir
fue como el del fotógrafo de mi cuento; pero en el aula se escuchaban solo los
comentarios de lastima hacia el niño.
Entonces me di
cuenta que tal vez había sido cruel o dura al juzgar al chico de la foto así.
Yo no podría decir que el niño está robando por gusto, tal vez lo necesita y de
verdad ha agotado todas las vías para comer; tal
vez nadie le ha enseñado bien. Además, el chicuelo solo está acumulando un
peligroso rencor social cuando lo tratan como un animal. Sin embargo, allí
seguía, mi fuerte rechazo a los actos del ladronzuelo.
Probablemente es
porque estoy muy
identificada con el tendero. Yo
no veo un hombre gruñón y avaro que le niega la comida a un niño. Yo veo a un
hombre que trabaja hasta el agotamiento de forma legal y honrada, que tiene sus
propios problemas y cuya vida tampoco es fácil. Día tras día al salir a la
calle todos nos encontramos con personajes que nos piden dinero. Nos recitan
frases de la biblia para hacernos sentir culpable; y hablan acerca de su vida, y lo dura
que ha sido, para inspirarnos lastima. No estoy en contra de ayudar a los más
necesitados pero siento como si ahora fuera una obligación gastarse lo poco que
uno gana en donaciones. ¡Y me dicen pichirre si no les doy nada!
Así que, simplemente
no podía decir “que tendero tan malo, no deja que el niño se lleve nada” porque
yo se que ese hombre, probablemente, está despierto desde la madrugada y que
lucha con los impuestos que él si paga, con
los funcionarios públicos corruptos, con las subidas de precio de la mercancía
y la inflación que se come su ganancia. Porque yo se lo que se siente pasarse
el día trabajando (o estudiando) para “echar pa lante” y el agujero que se produce en tu
corazón cuando alguien se roba los frutos de tu esfuerzo.
Nota: La historia y todo su
contenido (incluyendo personajes y todo lo relacionado a ellos) acá escritos es
completamente ficticio y no proviene de declaraciones del
verdadero fotógrafo (Joaquín Cortés) o similares.
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