De repente estaba
“aquí” y “ahora”. Me sentí fuera de lugar, si entender cómo y por qué llegué
allí. Había mucho
movimiento a mí alrededor, la gente corría con sus extravagantes atuendos por
todos lados. Parpadeé perpleja mientras miraba la caótica escena que se me hacía extrañamente familiar.
-Hey, hey, hey. Acá
no puede estar joven, sólo personal autorizado- Me dijo un policía señalando la
típica tira amarilla.
Le dediqué una hosca
mirada mientras me alejaba lentamente. Mi paso fue haciéndose más y más calmo
mientras me perdía en mis pensamientos. Cerré y abrí los puños, una, dos, tres
y muchas veces más mientras con la lengua humedecía mis labios los cuales eran
bordeados por el frío sudor que se deslizaba por mi rostro. Volteé a ver el sitio del cual me
estaba alejando mientras
percibía que mi respiración se hacía más dificultosa, sabiendo que había
cometido un error al dejar que el policía me negara el paso a los camerinos.
Quería
moverme, hacer algo, ¡entrar en acción! Pero no podía porque aunque la ansiedad
y el miedo me invadían no sabía que era aquel urgente deber que trataba de
saltar a mi memoria para hacerme correr. Con la mirada centrada en ninguna parte golpeé mi
pierna suavemente, chasqueé fastidiada la lengua. Fue cuando un estrepito que vino de la
calle de abajo me trajo de nuevo al momento, el desfile había iniciado.
Corrí
entre la gente ignorando las comparsas y carrozas. La gente se molestaba por mi
brusco paso que se abría camino a punto de empujones y descortesías, tal
proceder le costaría caro a este cuerpo tan solo en unos minutos. Pero eso no
importaba en aquel momento, tenía que llegar a la ventana antes de que fuera
muy tarde, si lo lograba todo…
Otro grito de
la muchedumbre se hizo eco junto al particular toque de la banda principal. Se
acercaba, tenía que llegar antes de que él pasara por ese punto; el centro del
recorrido, donde todo llegaría a su clímax. Reanudé mi carrera con el corazón
encogido rogando que este
nuevo plan sí funcionara. Aunque ¿plan para qué?
-¡Vamos, vamos!- Le grité a la puerta
de un apartamento mientras trataba de abrirla- ¡Sí!-
Me lancé en
dirección a la ventana, justo a tiempo para verlo acercarse: El rey del
carnaval, que ese día sería el último. Me puse en posición, apunté,
agradeciendo la existencia de esa ventana, el único lugar que permitía hacer el
buscado tiro, aquel que podría tumbar de su trono para siempre a esa maliciosa
representación del consumismo y la superficialidad. Y justo antes del fatal
disparo nos miramos. Fue cuando me pregunté, consiente de lo extraño que era
todo aquello, por qué él
llevaba un vestido y yo esos vulgares atuendos masculinos. Él susurró unas
palabras que, como si los dos estuviéramos en una dimensión diferente a los de
todos los demás, pude escuchar perfectamente:
De nuevo falló su
majestad- Dijo burlón y malicioso- ¡gracias! ha sido muy divertido verla
perderse en mi rol. Mejor suerte para el próximo aniversario
Y
con eso recordé: Ya estábamos muertos.
´
Fin
No hay cultura o persona que no haya
pensado acerca de lo que ocurre luego de morir. El resultado ha sido
mitologías, creencias, fabulas, mitos urbanos y demás de las que todos sabemos
un poco.
Yo creo que hasta las películas son
reflejo de lo que creemos pasa luego de morir; como por ejemplo la película
infantil “Gasperin” o las películas japonesas de fantasmas (que de hecho me
inspiré en una de ellas para escribir este cuento).
Entonces ¿qué crees tú que pasa al
morir?, ¿es igual para todos? No estoy en posición de responder- ni siquiera
tengo el interés de hacerlo- esas preguntas. Pero lo que me atrae de todo este
asunto de la muerte es el sin fin de historias y similares que inspira (Hades,
los shinigamis, incluso la película “Destino final 1”).
Y aunque hay otros “temas” que han
alimentado, a lo largo de la historia, el imaginario colectivo con la misma
fuerza (sexo, fenómenos naturales, El creador, etc) es evidente que la muerte
es un tópico especial -que ha inspirado muchas interesantes historias-. Después
de todo ella sigue vigente hoy por hoy.
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