Son
las cinco y media y la mujer hace rato que está despierta. La oscuridad y el
miedo le son indiferentes; ella solo sabe que el mundo está allí para que ella
se lo “coma”.
Ocho y treinta y llega contenta. No hay rastro de imperfección en su ropa pero
todos saben que la doctora viene del gimnasio. Las enfermeras miran sus
tonificadas y alargadas piernas con una envidia que se hace presente en sus
miradas; miradas que se vuelven sumisas cuando la doctora, con toda
confianza, clava sus ojos en ellas. Hasta el director trata con todo respeto a
aquella mujer que a pesar de ser jefa del departamento de cirugía consigue
tiempo para presentarse (cantando) en los mejores sitios amateurs de la
ciudad, y sí que aplaudían.
Dos y treinta y se accidenta. Rechaza la ayuda de un hombre sin preocupación;
no importa lo que pase ella no necesita ayuda. Camina por la vida sin apoyarse
en nada…ni en nadie.
Seis y cuatro, todo arreglado. El aire está cargado del olor del
pasticho que acaba de preparar. Ahora tomaba algo de vino mientras
respondía a sus seguidores en internet sobre un libro, muy complicado,
publicado solo en Noruega.
Por traicionero impulso miró la hora, era temprano. Sacudió la cabeza y
mordisqueo su labio, lo cual suele ser un gesto vulgar en las mujeres pero
hasta en la soledad ella era toda perfección. A su cabeza volaron las miles de
cosas que podía hacer en ese momento pero de nuevo vio el reloj; ¡tonta!,
pensó, seguía siendo el mismo minuto.
Ella no quería ser esa mujer, la que espera con una sonrisa y un beso a un
hombre; sabía, por relatos ajenos, que esa era la esclavitud para las suyas:
Dedicarse
a un hombre.
Todas las mujeres de su familia la admiraban por ser la única en terminar y
aplicar su carrera; sus amigas trataban de imitarla porque ella era todo lo que
todas querían ser; independiente, elegante, exitosa y hermosa, ella era… Miró el
reloj.
Sonó el timbre. Se dirigió rápidamente a atender; estaba por abrir cuando se
detuvo frente a la puerta dejando la mano estirada a medio camino de la perija.
El suave “tic-tac” del reloj parecía estar incrementando su volumen.
Mientras lo escuchaba – y la recriminación que este parecía
hacerle- reflexionó sobre todo lo que perdería si abría y a cuantos
desilusionaría. Oyó, entonces, pasos que se alejaban al otro lado de la puerta
y tras dejar escapar una lágrima paralizó el reloj, abrió la puerta y exclamó:
¡espera!
Fin
Las
mujeres somos muy vulnerables a ser etiquetadas y encarceladas en estereotipos.
La mujer de mi relato es la mujer a la que se supone todas deberíamos a aspirar
ser (según la omnipotente sociedad actual); es decir debemos ser exitosas,
bellas e independientes y muchas cosas más que en realidad son imposibles de
conciliar todas en una sola persona.
Pero
hay un detalle: amar es igual al fracaso, o al menos eso nos hacen sentir. Es
como si constantemente tuviéramos que demostrar algo. Como si al actuar como
una chica "regular" demostráramos que el género masculino es
superior y deberíamos retroceder a los años en que la mujer solo debía y
podía estar junto a un hombre, dependiendo de él y adorándolo incondicionalmente.
Yo
digo ¡basta! podemos ser tan exitosas como ellos y seguir amando. Si bien no es
posible ser la "mujer perfecta" a la que tanto nos exigen parecernos
(y que provoca que nos comparen constantemente unas con otras) lo cierto es que
tal como lo hizo la protagonista podemos romper los estereotipos y restarle
importancia a los ojos críticos de la sociedad y ser (y hacer) quien
queramos ser.
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