jueves, 3 de marzo de 2011

Cuento: Tic- tac: El tiempo del amor

 Son las cinco y media y la mujer hace rato que está despierta. La oscuridad y el miedo le son indiferentes; ella solo sabe que el mundo está allí para que ella se lo “coma”.

Ocho y treinta y llega contenta. No hay rastro de imperfección en su ropa pero todos saben que la doctora viene del gimnasio. Las enfermeras miran sus tonificadas y alargadas piernas con una envidia que se hace presente en sus miradas; miradas que se vuelven sumisas cuando la doctora, con  toda confianza, clava sus ojos en ellas. Hasta el director trata con todo respeto a aquella mujer que a pesar de ser jefa del departamento de cirugía consigue tiempo para presentarse (cantando) en los mejores sitios amateurs de la ciudad, y sí que aplaudían.


Dos y treinta y se accidenta. Rechaza la ayuda de un hombre sin preocupación; no importa lo que pase ella no necesita ayuda. Camina por la vida sin apoyarse en nada…ni en nadie.


Seis y cuatro, todo arreglado. El aire está cargado del olor del pasticho que acaba de preparar. Ahora tomaba algo de vino mientras respondía a sus seguidores en internet sobre un libro, muy complicado, publicado solo en Noruega.


Por traicionero impulso miró la hora, era temprano. Sacudió la cabeza y mordisqueo su labio, lo cual suele ser un gesto vulgar en las mujeres pero hasta en la soledad ella era toda perfección. A su cabeza volaron las miles de cosas que podía hacer en ese momento pero de nuevo vio el reloj; ¡tonta!, pensó, seguía siendo el mismo minuto. 


Ella no quería ser esa mujer, la que espera con una sonrisa y un beso a un hombre; sabía, por relatos ajenos, que esa era la esclavitud para las suyas: 

Dedicarse a un hombre. 


Todas las mujeres de su familia la admiraban por ser la única en terminar y aplicar su carrera; sus amigas trataban de imitarla porque ella era todo lo que todas querían ser; independiente, elegante, exitosa y hermosa, ella era… Miró el reloj.


Sonó el timbre. Se dirigió rápidamente a atender; estaba por abrir cuando se detuvo frente a la puerta dejando la mano estirada a medio camino de la perija. El suave “tic-tac” del reloj parecía estar incrementando su volumen.


 Mientras lo escuchaba – y la recriminación que este parecía hacerle- reflexionó sobre todo lo que perdería si abría y a cuantos desilusionaría. Oyó, entonces, pasos que se alejaban al otro lado de la puerta y tras dejar escapar una lágrima paralizó el reloj, abrió la puerta y exclamó: ¡espera!


Fin


Las mujeres somos muy vulnerables a ser etiquetadas y encarceladas en estereotipos. La mujer de mi relato es la mujer a la que se supone todas deberíamos a aspirar ser (según la omnipotente sociedad actual); es decir debemos ser exitosas, bellas e independientes y muchas cosas más que en realidad son imposibles de conciliar todas en una sola persona.


Pero hay un detalle: amar es igual al fracaso, o al menos eso nos hacen sentir. Es como si constantemente tuviéramos que demostrar algo. Como si al actuar como una chica "regular" demostráramos que el género masculino es superior  y deberíamos retroceder a los años en que la mujer solo debía y podía estar junto a un hombre, dependiendo de él y adorándolo incondicionalmente.


 Yo digo ¡basta! podemos ser tan exitosas como ellos y seguir amando. Si bien no es posible ser la "mujer perfecta" a la que tanto nos exigen parecernos (y que provoca que nos comparen constantemente unas con otras) lo cierto es que tal como lo hizo la protagonista podemos romper los estereotipos y restarle importancia a los ojos críticos de la sociedad y ser (y hacer) quien  queramos ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario